miércoles, 11 de julio de 2012

La psiquis en pie de guerra


Raulito estaba acostumbrado a ver a su mamá llorando con las telenovelas (culebrones) pero las lágrimas de su padre le resultaron un espectáculo demasiado conmovedor.

Fue con-movedor porque sintió que la tierra no era tan firme, que los faros no siempre iluminan, que Dios a veces duerme la siesta.

La situación que provocó esta escena ocurrió un lunes de mañana cuando llegaron al comedor y vieron que no estaba el televisor.

Nadie sintió nada, el perro siguió durmiendo, ningún vecino percibió algo sospechoso.

No sé si el máximo dolor estaba provocado por el valor económico que tendrían que seguir pagando durante dos años más sin disfrutarlo ni poder comprar otro, por la invasión impiadosa al santuario hogareño, por lo que podría haber pasado si alguien se despierta y el delincuente lo ataca.

Raulito se había dormido cuando terminó la película que había sacado del Video-Club, titulada El punguista (Pickpocket – Francia, 1959).

No pudo prestarle mucha atención a la trama del film porque a poco de empezar volvió a su cabeza todo lo que había sentido en el liceo cuando tuvo que leer Crimen y castigo, del autor ruso Fedor Dostoievski (1821-1881).

Este afiebrado escritor lo había perturbado profundamente y el personaje principal de la novela (Rodión Raskólnikov), le había hecho reconsiderar lo que él sentía, imaginaba y le habían hecho creer los maestros, curas y progenitores.

Raskólnikov tiene una ética personal, como es el caso del Agente 007 creado por Ian Fleming para su personaje James Bond, pero a diferencia de este, el ruso es un personaje solitario, intelectual, que vive en una buhardilla y que hace de un razonamiento ciertamente inmoral su justificación vital para conseguir sus objetivos por encima de la ética común.

Estos recuerdos y acontecimientos determinaron que sus emociones se combinaran para forjar una decisión que lo llevaría a recuperar el televisor y a indemnizar cada lágrima paterna a precio de diamantes.

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