Raulito estaba acostumbrado a ver a su mamá
llorando con las telenovelas (culebrones) pero las lágrimas de su padre le
resultaron un espectáculo demasiado conmovedor.
Fue con-movedor porque sintió que la tierra no
era tan firme, que los faros no siempre iluminan, que Dios a veces duerme la
siesta.
La situación que provocó esta escena ocurrió
un lunes de mañana cuando llegaron al comedor y vieron que no estaba el
televisor.
Nadie sintió nada, el perro siguió durmiendo,
ningún vecino percibió algo sospechoso.
No sé si el máximo dolor estaba provocado por
el valor económico que tendrían que seguir pagando durante dos años más sin
disfrutarlo ni poder comprar otro, por la invasión impiadosa al santuario
hogareño, por lo que podría haber pasado si alguien se despierta y el
delincuente lo ataca.
Raulito se había dormido cuando terminó la
película que había sacado del Video-Club, titulada El punguista (Pickpocket – Francia, 1959).
No pudo prestarle mucha atención a la trama
del film porque a poco de empezar volvió a su cabeza todo lo que había sentido
en el liceo cuando tuvo que leer Crimen y
castigo, del autor ruso Fedor Dostoievski (1821-1881).
Este afiebrado escritor lo había perturbado
profundamente y el personaje principal de la novela (Rodión
Raskólnikov), le había hecho reconsiderar lo
que él sentía, imaginaba y le habían hecho creer los maestros, curas y
progenitores.
Raskólnikov tiene una ética personal, como es el caso del
Agente 007 creado por Ian Fleming para su personaje James Bond, pero a
diferencia de este, el ruso es un personaje solitario,
intelectual, que vive en una buhardilla y que hace de un razonamiento
ciertamente inmoral su justificación vital para conseguir sus objetivos por
encima de la ética común.
Estos recuerdos y acontecimientos
determinaron que sus emociones se combinaran para forjar una decisión que lo
llevaría a recuperar el televisor y a indemnizar cada lágrima paterna a precio
de diamantes.
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