Hace milenios que somos felices administrando una justicia
que se inspira en odio, venganza y castigo en vez de comprensión, inteligencia
y prevención.
Parto de la base de que no somos libres de
actuar como queremos sino que estamos
determinados por una enorme cantidad de factores que, actuando todos juntos,
nos llevan a ser abogados, alcohólicos,
genios del humor, homicidas, madres, artistas, empresarios.
Varias razones prácticas han hecho de la
responsabilidad una ilusión creída por la mayoría, en base a la cual nos
sentimos animados a juzgar, condenar y castigar a los conciudadanos que por
algún motivo nos perjudican.
El determinismo por ahora debilitaría la
agresividad de la justicia cuando esta no es otra cosa que un violento deseo de
venganza que se presenta bajo las formalidades de serias instituciones que le
aportan al salvajismo un decorado de racionalidad, moderación y humanitarismo.
Sin embargo, es posible comprender y sancionar
para evitar que un desempeño antisocial vuelva a repetirse.
En otras palabras, si un ciudadano comete un
delito como es robar un banco atendiendo a su afán de lucro (enriquecerse en
poco tiempo), la justicia inspirada por el determinismo no considera que ese
asaltante sea alguien que merece ser castigado, odiado, hostigado.
Por el contrario, la idea es entender que esa
persona hizo un negocio suponiendo que las condiciones del mercado eran
favorables para realizar tal transacción y salir ganancioso.
La sociedad, inspirada por el determinismo, en
vez de vengarse de este ciudadano, lo que tendrá que hacer es modificar las
condiciones que hacían beneficioso este tipo de prácticas.
Lo mismo ocurre con otras debilidades del
colectivo que favorecen torpemente que algunos ciudadanos, bajo el gobierno de
su incontrolable carácter (1), terminan perjudicándonos.
Usted y yo no somos culpables sino autómatas
eventualmente perjudiciales cuando la organización social ofrece puntos
vulnerables.
(1) El carácter
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