domingo, 15 de julio de 2012

La secreta amante de Barry Gibb


Romina es una mujer normal y especial como algunas.

El padrino que quiso propasarse con ella cuando la vio tan hermosa en la fiesta de sus quince años, le consiguió un empleo en una oficina del estado dedicada a reprimir la delincuencia, pero sobre todo a lograr que las víctimas se sientan suficientemente vengadas por la mano dura, cruel y justiciera del estado todopoderoso.

Su trabajo consistía en atender el teléfono sin ser exactamente una telefonista. Había sido adiestrada para apaciguar a los ciudadanos más mediáticos, capaces de provocarle algún costo político al partido de gobierno del padrino abusador.

Romina soñaba con visitar Estados Unidos porque desde pequeña había recibido más información de Hollywood que del colegio.

Los hombres le gustaban sólo si eran creados por su fantasía.

Es así que tuvo sexo con varios cantantes mientras escuchaba sus canciones a todo volumen.

Pocas veces sintió algo de culpa por masturbarse imaginando escenas muy escabrosas con Andy Gibb, Paul McCartney, Tom Jones.

Quiso hacerlo con Jesús pero la barba le recordó al padrino.

Estas secretas aventuras la mantenían feliz y no necesitaba más.

Cuando los ahorros se lo permitieron, visitó el país de sus sueños.

Fue a un concierto de los Bee Gees que la hizo delirar, recargar insumos para las fantasías eróticas y hasta logró que Barry Gibb accediera a secarse el sudor con un pañuelo que ella le alcanzó (imágenes).

Con casi cuarenta años de vida sin grandes cambios, al volver del entierro del interminable padrino encontró las señales inequívocas de que habían entrado ladrones.

Sintió en todo el cuerpo lo que tantas veces le habían contado telefónicamente las víctimas más expresivas. Le temblaron las rodillas por un pensamiento aterrorizador. Corrió al dormitorio, abrió la mesa de luz, se aferró al pañuelo con el sudor de Barry Gibb y lloró de felicidad porque los muy estúpidos no se habían llevado lo único valioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario