domingo, 8 de julio de 2012

El espíritu posee todas las virtudes deseadas


Las personas espirituales intentan inútilmente librarse de los sufrimientos que recibimos del cuerpo (enfermedad, tortura, cárcel, explotación, envejecimiento, muerte).

En un artículo anterior (1) compartía con usted una hipótesis referida a esa creencia popular (casi universal) según la cual los seres humanos estamos compuestos por una parte material llamada cuerpo y otra parte inmaterial llamada espíritu o alma.

Esta suposición está llena de consecuencias, implicancias, derivaciones. Es muy difícil imaginar cómo sería la humanidad si esa abrumadora mayoría dejara de creer en el dualismo cartesiano (2), esto es, en que estamos constituidos por la suma de una parte medible (el cuerpo, res extensa) y otra parte inmaterial (el espíritu, res cogitans).

La hipótesis que les comenté en el primer artículo (1) según la cual la creencia en el espíritu está sostenida por nuestra anhelo de evitar el poder que los demás puede ejercer sobre nuestro cuerpo por ser material, tiene por lo menos una consecuencia potencialmente causante de la pobreza patológica en tanto ese apego a nuestra inmaterialidad imaginaria también tiene por objetivo no ser robados.

En efecto, quienes se desesperan de sólo imaginar que pueden ser privados de algo que poseen, seguramente serán muy cuidadosos y obsesivos protectores de sus posesiones así como también no faltarán quienes opten por una manera aún más segura de no ser robados, esto es, no tener bienes robables.

Obsérvese cómo en los hechos el razonamiento intuitivo puede ser muy coherente y que podría ser pensado con esta oración: «Valoro mi espíritu porque a él nadie puede encarcelarlo, torturarlo, enfermarlo y valoro mi pobreza porque si no tengo bienes, nadie podrá robarme, pedirme limosna o cobrarme impuestos».

La pobreza por exceso de espiritualidad puede tener su origen en la imposibilidad de aceptar la pérdida de los cuidados maternales (no asumir la castración).



   

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