Desde el punto de vista de la subjetividad de los
ciudadanos, cuando pagamos obligatoriamente impuestos para el Estado estamos
padeciendo una pérdida similar a la que nos provocan los ladrones.
En un país imaginario, un trabajador trabaja
200 horas mensuales y luego de pagar todas sus cuentas, puede ahorrar una
cantidad de dinero equivalente a 20 horas mensuales.
Luego de haber acumulado los ahorros de un año
(es decir, 20 horas mensuales por 12 meses, suman 240 horas de trabajo), los
integrantes de esta familia deciden que el importe acumulado lo destinarán a la
compra de un televisor de última generación.
Al poco tiempo de tenerlo —y aprovechando una ausencia de sus
moradores—, entran ladrones a la casa y se llevan el preciado electrodoméstico.
En
conclusión: A esta familia le han robado el
equivalente a un año de ahorros que, por lo que tenemos visto, equivalen a 240
horas de trabajo del dueño de casa.
Otro trabajador, idéntico al anterior, con un
salario, una familia y una capacidad de ahorro igual al anterior, pero que
habita en otro país imaginario, se encuentra con que su gobierno le exige que
contribuya al Estado con un impuesto equivalente a 240 horas anuales.
Como vemos, los ladrones en el primer país y
el Estado en el segundo, son la causa de que estos trabajadores no puedan
disfrutar plenamente de su esfuerzo laboral.
En el primer país todos están de acuerdo con
castigar a los ladrones y en el segundo país, todos reconocen la legalidad de
legislación tributaria pero nadie quiere pagar impuestos y hacen todos los
esfuerzos posibles para evadirlos.
En suma: si vamos al sentimiento más profundo de cada ciudadano, él no
encuentra diferencias significativas entre un ladrón y un Estado recaudador de
impuestos. En su corazón, son iguales.
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