Hace
muchos años participé en una charla (1) en la que se hablaba sobre cómo mejorar
la concentración y la velocidad en la lectura.
El
expositor resultó muy convincente para mí, cuando comentó lo siguiente:
Si estamos
conduciendo un vehículo a muy baja velocidad, podemos mirar el paisaje, hablar
con los demás ocupantes, pensar en nuestros asuntos.
Por el
contrario, si estamos conduciendo un vehículo a gran velocidad, tendremos
prohibido pensar en otra cosa que no sea el manejo. Los acontecimientos se
presentarán con poco tiempo para tomar decisiones, deberá aumentar la precisión
de nuestros movimientos, nos exponemos a tener un accidente de consecuencias
lamentables.
Este
argumento fue utilizado por el expositor para hacernos comprender que la
lectura lenta, nos distrae y es muy poco lo que captamos del contenido,
mientras que si nos exigimos leer con rapidez, inevitablemente aguzaremos
nuestra concentración y retendremos mejor lo que leemos.
Por
lo tanto: leer (y
conducir) rápido, mejora la concentración (aunque el sentido común cree lo
contrario).
Este mismo
sentido común es el que nos dice que debemos atrincherarnos tras todas las
garantías posibles, para mejorar nuestra calidad de vida, evitarnos problemas y
disminuir riesgos.
Como todos
los extremos suelen ser malos, comentaré con usted algo referido a las
consecuencias negativas de ser muy precavidos, de vivir rodeados de
protecciones, de evitar todos los riesgos posibles.
El sistema
inmunógeno mejora su desempeño si el individuo está en contacto frecuente con
agentes patógenos que lo pongan a trabajar para evitar que nos colonicen
(enfermen).
De manera
similar, agregamos todas las seguridades posibles a nuestra casa para evitar
que entren ladrones.
Ser robados
es casi tan penoso como enfermarnos. Para evitarlo nos encerramos, logrando de
este modo que los delincuentes gocen de una libertad que los honestos perdemos
tras las rejas.
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