Hay cosas que yo creo saber de mí porque tengo
un inconsciente bastante ventilado por haber estado unos cuantos años en
análisis.
Algunos de sus contenidos, los comento con
ustedes.
El resultado primario es de rechazo.
Mis lectores suelen pensar que eso que digo
está equivocado, pero sin embargo, en cada uno queda la idea de que existe un
semejante (yo, Fernando Mieres) que dijo, escribió, comentó, algo que quizá no
sea el único que lo piensa, siente o sabe.
Es más, quizá se diga: «yo mismo puedo tener esas ideas sobre el
incesto, el abandono de los hijos, que soy animal, que soy más egoísta de lo
que siempre creí, que el amor depende de la utilidad que me preste el ser
amado, etc., etc.».
La cosa es
así: a lo largo de nuestra vida aparecen situaciones conflictivas, molestas,
dolorosas, que tratamos de evitar, resolver, acomodarlas de alguna manera en
nuestra vida para que dejen de incomodarnos.
Algunas de
ellas, las negamos. Por ejemplo, rechazamos la idea de que el universo siempre
existió. Negamos esta posibilidad, «no nos cabe en la cabeza», podríamos decir
apelando a una metáfora bastante elocuente.
Por lo
tanto, a partir de esa negación radical, decimos muy confiados: «No hay efecto
sin causa» o «Todo lo que existe, alguien lo creó (Dios)».
Algunas
situaciones (deseos, intenciones) conflictivas, las reprimimos. Por ejemplo:
«Jamás deseé ser el esposo de mi mamá» o «Respeto tanto el derecho de
propiedad, que soy incapaz de robar».
Lo negado o
reprimido nos pone paranoicos (por temor a que alguien lo descubra) y nos pone
agresivos e intolerantes (para que no se nos escapen esos deseos que fueron juzgados, condenados y encarcelados a cadena
perpetua).
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