domingo, 8 de julio de 2012

El amor sólo vale cuando es libre


Si un afecto es obligatorio por tradición o por ley (amar a la madre o a un sólo cónyuge), no podremos distinguir el amor sincero del hipócrita.

En otro artículo (1) comenté que el matrimonio monogámico se explica cuando se lo interpreta como la reedición del amor hacia la madre, que también es único porque «madre hay una sola».

Pensemos en la moral de dos personas:

— Una tiene tan alto respeto por la propiedad privada que no robaría aunque estuviera permitido;

— Otra tiene tan escaso respeto por la propiedad privada que no roba por temor a ser castigado.

Externamente estas dos personas funcionan de la misma forma, es decir, ninguna de las dos roba, pero internamente son bien distintas.

Ahora bien, esas dos personas que usted y yo sabemos que son esencialmente distintas, están viviendo en un país donde el robo está penado por la ley. ¿Qué ocurre con ellas?

Pues bien, las diferencias esenciales que los caracterizan pasan desapercibidas y nunca podremos decir que el honesto de corazón realmente lo sea porque está permitido suponer que ninguno de los dos roba por temor al castigo.

Tampoco será importante saber el verdadero motivo pues lo único relevante será que la propiedad privada sea respetada sin excepción.

Ahora volvamos al principio del artículo para pensar los afectos, la monogamia y la ley.

— Si la cultura prácticamente nos obliga a querer a nuestra madre, de nada vale que el amor sea sincero o hipócrita.

— Si la ley prohíbe la poligamia y si la cultura sanciona a quienes aman a más de una persona, de nada vale que dos personas se amen profundamente porque ante la sociedad solamente estarán cumpliendo con la ley o con la costumbre.

En suma: La imposición en los vínculos afectivos, siempre envilece a los más nobles y sinceros.



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