Si un afecto es obligatorio por tradición o por ley (amar a la madre o a un sólo cónyuge), no podremos distinguir el amor sincero del hipócrita.
En otro artículo (1) comenté que el matrimonio
monogámico se explica cuando se lo interpreta como la reedición del amor hacia
la madre, que también es único porque «madre hay una sola».
Pensemos en
la moral de dos personas:
— Una tiene
tan alto respeto por la propiedad privada que no robaría aunque estuviera
permitido;
— Otra
tiene tan escaso respeto por la propiedad privada que no roba por temor a ser
castigado.
Externamente
estas dos personas funcionan de la misma forma, es decir, ninguna de las dos
roba, pero internamente son bien distintas.
Ahora bien,
esas dos personas que usted y yo sabemos que son esencialmente distintas, están
viviendo en un país donde el robo está penado por la ley. ¿Qué ocurre con
ellas?
Pues bien,
las diferencias esenciales que los caracterizan pasan desapercibidas y nunca
podremos decir que el honesto de corazón realmente lo sea porque está permitido
suponer que ninguno de los dos roba por temor al castigo.
Tampoco
será importante saber el verdadero motivo pues lo único relevante será que la
propiedad privada sea respetada sin excepción.
Ahora
volvamos al principio del artículo para pensar los afectos, la monogamia y la
ley.
— Si la
cultura prácticamente nos obliga a querer a nuestra madre, de nada vale que el
amor sea sincero o hipócrita.
— Si la ley
prohíbe la poligamia y si la cultura sanciona a quienes aman a más de una
persona, de nada vale que dos personas se amen profundamente porque ante la
sociedad solamente estarán cumpliendo con la ley o con la costumbre.
En suma: La imposición en los vínculos afectivos,
siempre envilece a los más nobles y sinceros.
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