El juego
de Las escondidas divierte a los
niños y consiste en ocultarse de tal forma que el otro jugador no lo encuentre.
Si es descubierto, tendrá que ocupar el rol de
quien busca a otros escondidos.
Lo atractivo del juego, está en saber
esconderse y también en saber encontrar a quienes se esconden.
Este juego divierte tanto a varones como a
niñas.
Es la antesala de otro juego preferido por los
varones (y no tanto por las niñas). Me refiero al Pillapilla o Policías y
ladrones.
En esta ocasión, un grupo de niños se divide
en dos. Los Policías otorgan al grupo
Ladrones un cierto tiempo para
esconderse, y luego los primeros tratan de encontrar a los segundos.
Estas niñas y varones, vuelven a sus hogares
donde los padres prometen obsequios, concesiones, dádivas, remuneraciones, a
cambio de ciertas conductas deseadas: alimentarse, vestirse, bañarse, ordenar
el dormitorio, estudiar y demás obligaciones infantiles.
Es muy probable que estas diversiones
iniciales sean un estímulo para que en la vida adulta, tratemos de escondernos
o procuremos descubrir qué hacen los demás.
En otras palabras, aquellos juegos pueden
desarrollar nuestra natural proclividad a transgredir las normas de convivencia
que nos resulten particularmente molestas.
En la medida que el cumplimiento de las normas
de convivencia hogareña deba ser remunerado (premiado, pagado, sobornado), nos
predispone para que, en lo sucesivo, exijamos aquello que primero recibimos
como estímulo para reforzar nuestra buena conducta.
Conclusión: El juego de Las escondidas
nos prepara para mentir, tratando de no ser descubiertos.
También nos prepara para entender que los
demás se ocultan (mienten) y que tenemos que afinar nuestro ingenio para tratar
de descubrirlos.
Las gratificaciones materiales a nuestra
conducta obligatoria, son enseñanzas que luego nos permitirán sobornar a otros,
así como, cuando aprendemos a exigir gratificaciones, sabremos como chantajear.
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