Marito necesitó cambiar de zona por un motivo poco frecuente.
Su historia no es extensa
porque sólo tiene once años. Comenzó a ganar dinero cuando tenía nueve, al dar
por finalizado su proceso formativo de tres años.
Los adultos comentaban cómo
alguien tan tranquilo y pacífico podía ser tan firme en sus deseos.
A los dos meses de comenzar
la escuela, saludó a la maestra el viernes, le pidió un beso y mirándola a los
ojos le dijo: «No vengo más».
Ella, con el cansancio de un viernes a última hora, apenas sonrió y le
dio el beso, pero recién el martes de la semana siguiente, al constatar la
ausencia del niño, recordó su lacónica despedida.
Los padres de Marito estaban demasiado ocupados como para presionar lo
suficiente a un niño tan firme en sus decisiones. Les había dicho que él
aprendía mucho más en la calle y el padre, sin poder contener un bostezo, le
dijo a la esposa: «Es genético: yo pensé lo mismo cuando tenía su edad».
El Gran Maestro fue un señor que ya no podía robar más porque a pesar de
sus cuarenta y seis años estaba físicamente muy deteriorado porque en él los
dolores nunca le parecieron intolerables y por eso se expuso a maltratos que
cualquier otro no hubiera soportado.
Este hombre vivía de la infalible cooperación de sus alumnos rateros,
pedigüeños, oportunistas, buscavidas. Era un filósofo. Sus explicaciones sobre
la estupidez humana más rentable eran clarísimas.
Marito le hacía favores, robaba para él como si fueran deberes
domiciliarios, el profesor sabía contestar todas las dudas y agregaba
sugerencias muy sabias para evitar riesgos.
Con nueve años, integró el grupo de los comisionistas: ladronzuelos que
cedían parte de sus ganancias con tal de continuar recibiendo un asesoramiento
más profundo, resultado de incontables entradas a la cárcel y del intercambio
pedagógico con los delincuentes más avezados.
Cierto día fatídico llegó a la casucha del profe donde lo recibieron con
cara de enojo.
Cuando entró, lo rodearon y el maestro le dijo «¿Por qué nos mentiste?
Nosotros te hubiéramos aceptado si nos hubieras dicho que eras mujer», pero
Marito, aunque se sintió conmocionada por el amor fraternal de sus colegas, no
pudo soportar la vergüenza de haberles mentido y cambió de zona.
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