Si no podemos disfrutar intensamente de la vida porque nos
sentimos culpables, nos convertimos en ciudadanos vengativos y antisociales.
A ver si has oído estas frases, expresadas con
seriedad por personas honorables, buenos ciudadanos que nunca han estado
encarcelados y en algunos casos, asiduos concurrentes al cumplimiento de los
cultos religiosos más piadosos:
— Soy exigente con los demás porque soy aún
más exigente conmigo mismo;
— Hazle a los demás lo que querrías que
hicieran contigo;
— Lo digo con dolor, pero la gente te obliga a
usar mano dura con ellos;
— Te castigo pero créeme que me duele más a mí
que a tí;
— La severidad es efectiva pues resulta
disuasiva y ejemplarizante.
Estos buenos ejemplares de nuestra especie,
que alguien por descuido podría confundir con un tirano cruel, incitan a los
gobernantes de turno para que hagan el trabajo sucio de limpiar la nación de
esos inmundos semejantes que molestan con sus robos, aspecto facineroso, música
estridente, costumbres aberrantes.
Pero también sería superficial suponer que
esto se trata de intolerancia químicamente pura. Es posible suponer «resortes anímicos» menos obvios.
Los
delincuentes nos están recordando que somos alguien más del que se mira en el
espejo del botiquín, peinándose con cuidado, haciendo muecas para constatar la
higiene dental.
Esos
humanoides que desearíamos eliminar también funcionan como espejos que reflejan
aspectos nuestros horrendos e impresentables.
¿Cuándo
padecemos remordimientos, culpas y nos recriminamos? Cuando algún accidente
desafortunado nos impide negar lo que veníamos negando: que somos débiles,
vulnerables, enfermables, solo algunas veces curables, envejecibles, mezquinos,
infieles, mentirosos, crueles, sádicos, intolerantes, evasores, transgresores.
¿Para qué
sirve este artículo? Para poder amarnos sin tener que engañarnos, para
querernos también sin maquillaje, desprolijos, desalineados.
Y si
podemos amarnos sin trampas, podremos disfrutar de la vida sin sentirnos
culpables, sin imaginar fantasmas persecutorios ni ponernos vengativos
injustamente.
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