Este comentario refiere al vínculo que existe entre quien paga (comprador, empleador, paciente) y quien cobra (vendedor de bienes o servicios).
Para ir directo al tema podemos tomar como
punto de partida las siguientes premisas:
— Todos queremos cobrar pero no queremos
pagar;
— Todos queremos que nuestro trabajo sea muy
valorado pero que los demás trabajen para nosotros en forma gratuita.
A partir de estos datos generales, surgen
diferencias, distorsiones, excepciones, rarezas, tales como:
— Si no se puede evitar, pagaremos (bajo
protesta, contrariados, frustrados) por las mercancías o servicios que nos
entregan;
— Aunque parezca obvio que los intercambios
son justos cuando ambas partes se entregan valores equivalentes, tendremos que
luchar en cada ocasión para que nuestro cliente, paciente o empleador no
intente quedase con nuestro dinero, honorario o salario.
Este clima de tensión que describo aparenta
ser exagerado, imaginario o imposible porque ya estamos acostumbrados a vivirlo
con naturalidad y los actores económicos acostumbrados a pagar y a cobrar dan
por sentado que dependerá sólo de su vigilancia que el otro no lo perjudique,
robe o estafe.
Ya todos sabemos que tenemos que contar el
dinero recibido antes de que el pagador se aleje, que deberemos ir a cobrar
personalmente a quien nos pagará en forma diferida (compra a crédito, a plazo)
y que no podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que llame a nuestra
puerta para entregarnos el dinero con una imborrable sonrisa de satisfacción.
Este artículo sirve para no perder de vista el
dato más importante de nuestras transacciones económicas: que nadie quiere
pagar, que todos queremos recibir los bienes y servicios en forma gratuita y
que nuestro deudor (quien nos debe dinero) encontrará razonable que tengamos
que perseguirlo, insistirle, rogarle, esperarlo, hacerle regalos, avisarle con
anticipación, cumplir puntualmente con el día, hora y lugar en que prometió
pagarnos.
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