Los seres vivos (los humanos incluidos) buscamos nuestra
conveniencia, ventaja, ganancia, hasta que un límite infranqueable nos detenga.
— Cuando utilizo un taxi, el conductor tratará
de sacar el mejor partido de mí: si hay poco trabajo, intentará hacer el
recorrido más largo y si hay mucha demanda, tratará de terminar conmigo para
que suba otro pasajero cuanto antes.
— Lo que realmente quiero es que mi perro sea
guardián, pero que inicie su alarmante ladrido recién cuando el ladrón se
aboque a abrir la segunda cerradura de mi puerta y no cuando alguien toca el
picaporte sin querer o cuando la vecina saca su perrita en celo a pasear.
— El fontanero (sanitario) manejará su
discurso a partir de una sutil percepción de mi estado de ánimo según sea el
tono de voz que utilice al hablarle por teléfono. Si me nota muy desesperado,
me dirá que tiene muchos compromisos y que demorará en llegar ... aunque haya
estado esperando mi llamado para poder pagar una factura vencida. «La desesperación incrementa los
honorarios», dice él para sus adentros porque eso le enseñaron sus maestros.
— El mozo
de un restorán, el botones de un hotel o la enfermera de un hospital, si conocen
su oficio, poseen el talento suficiente para saber quiénes dejarán buenas
propinas y quienes no adhieren a esa antigua tradición.
Existen
lugares en los que las vacantes se licitan entre interesados que pagarán al
empleador una parte de las propinas que sabrán conseguir. El sueldo, en este
caso, lo cobra el empleador.
— Los
médicos con experiencia, poseen un ranking en sus mentes. Los mejores pacientes
son lo que molestan poco, obedecen ciegamente, hacen regalos y tienen
enfermedades crónicas pero que responden bien al tratamiento. Expulsarían —si
pudieran—, a los pacientes irritantes, desobedientes, desagradecidos, con enfermedades incurables de mal pronóstico.
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