domingo, 8 de julio de 2012

El delincuente propio


Si pretendemos ignorar nuestras intenciones antisociales, estas buscarán satisfacerse de alguna forma más inconveniente aún (neuróticamente, exageradamente, inoportunamente).

A alguien se le ocurrió decir que el sol y el viento compitieron para determinar cuál de los dos era más poderoso.

El sol le dijo al viento: “¿Ves aquel anciano que va por el camino? Veamos quién de los dos logra quitarle el abrigo que lleva sobre los hombros”.

El viento comenzó a soplar con más y más intensidad pero el anciano sólo atinaba a enroscárselo con toda su fuerza. Cuando le tocó el turno al sol, este comenzó a concentrar su calor sobre el anciano quién en pocos minutos tuvo que desabrigarse, consagrando al sol como ganador del desafío.

La conclusión que podemos sacar de esta fábula es que para modificar la conducta de un ser humano, la violencia es menos efectiva que la ternura.

En un artículo bastante antiguo les comentaba cómo funcionan las represas hidroeléctricas (1): La interrupción artificial de un río aumenta tanto la presión del agua que una liberación dosificada puede mover turbinas generadoras de electricidad.

Lo mejor que nos podría ocurrir a los humanos es que admitiéramos que algunos de nuestros deseos deben ser moderados o frustrados o postergados porque su satisfacción perjudicaría la convivencia en sociedad.

Casi nunca tenemos la suerte de que nos ocurra lo mejor. Antes bien, la sociedad nos reprime esos deseos por la fuerza, los prohíbe y nos castiga cuando intentamos tramitarlos.

El resultado es que terminamos administrándolos neuróticamente, es decir, reprimiéndolos y negándolos con lo cual no hacen otra cosa que potenciarse y distorsionar nuestra percepción de la realidad.

Por ejemplo todos deseamos robar por naturaleza. En vez de admitirlo pero evitarlo, negamos este deseo y votamos condenas exageradamente severas para quienes roban potenciando aún más su conducta delictiva.


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