En un
artículo publicado hoy (1) les comento algo sobre las metáforas: fenómeno
mental inconsciente, que eventualmente puede ser consciente para embellecer la
literatura haciendo comparaciones poéticas.
Les decía que la figura paterna ingresa en
nuestras vidas con una actitud desagradable, porque todo nos lleva a pensar
que, aquella relación idílica que teníamos con nuestra madre, fue
impiadosamente cortada por este hombre a quien ella presta tanta o más atención
que al hijo.
Alguien podría preguntarse, porqué esta figura
tan antipática y contraria a nuestros intereses, algún día termina siendo
amado.
La mayoría de las veces, la madre sigue siendo
la figura central de nuestra vida afectiva y la mayoría de las veces, el padre
es también un familiar querido, aunque no tanto como lo es ella.
¿Por qué ese cambio de actitud respecto al
padre? ¿Por qué un ladrón de nuestra madre,
alguien que se prevalece de su mayor tamaño para desplazarnos abusivamente,
termina siendo querido?
Existe un factor relacionado con las
afinidades. Por ejemplo, puede ocurrir que nuestra madre, que en principio se
nos presentó como el modelo ideal de lo que uno ama, luego se vuelve
antipática, gritona, injusta, incoherente, insegura, descuidada, desagradable.
En general esto no es así: la relación madre-hijo
es muy buena en la mayoría de los casos.
Por lo que he podido saber, amamos a nuestro
padre porque no tenemos más remedio, por miedo, hipócritamente.
Para poder sobrevivir en esa casa (nuestro
hogar), es obligatorio llevarse bien con el que manda, trae el dinero y es más
grande.
En otros artículos les había mencionado el
Síndrome de Estocolmo (2), caracterizado porque los rehenes de un secuestro se
ponen de parte del secuestrador y en contra de quienes trabajan para
liberarlos.
La identificación con el agresor (la alianza
con el enemigo), es un recurso de nuestro instinto, de nuestra psiquis,
desarrollado para sobrevivir.
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