Lo que ocurre a los humanos con la universal
prohibición del incesto y su riguroso ocultamiento, provoca otros efectos
colaterales sobre el menú de deseos posibles.
Cuando fuimos pequeños,
niños, adolescentes y adultos, nos dijeron machaconamente que debemos controlar
nuestro natural deseo de robar.
Como esta recomendación
también nos aconsejaron imperativamente «no mentir», «no hablar con personas
desconocidas», y otras miles por el estilo.
Sin embargo, aunque está igualmente prohibido, jamás nos dijeron «no
tengas sexo con tus padres ni hermanos ni tías».
Este silencio aumenta el misterio fatídico de la prohibición y por lo
mismo, se torna fantasmal, siniestra, incomprensible.
De este hecho del que todos tenemos alguna experiencia, podemos sacar
como conclusión que todo lo que no se dice es más peligroso, terrible,
demoníaco que lo dicho.
De este hecho del que todos tenemos alguna experiencia, podemos deducir
que lo dicho no es tan grave, porque lo verdaderamente grave (la prohibición
del incesto) nunca se menciona de tan monstruoso que es.
En suma 1: Todos los
consejos que recibimos en forma verbal o escrita, son secundarios porque el
consejo primario y verdaderamente importante, ni se dice ni se escribe.
Observemos que todos tenemos amor por nuestra madre. El vínculo con ella
es el que nos enseña qué son los abrazos, las caricias y los besos. Tanto para
varones como para niñas.
De esta forma, es imposible no desear a quien nos enseña qué es el
deseo. Y no es con palabras que nos enseña: nos enseña con actos, gestos,
experiencias tangibles.
En suma 2: si nuestro deseo
incestuoso es tan grave que nunca nos hablan de él, podemos pensar que
cualquier otro deseo del que nunca nos hablen también es terrible, fatal,
escalofriante.
Conclusión: nuestros deseos deben ser populares, conocidos, comentados, y en todo
caso, expresamente prohibidos.
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