martes, 26 de junio de 2012

El despojo cotidiano


En el artículo titulado Obesidad extracorporal  compartía con ustedes una reflexión referida a nuestro cuerpo y su representación mental.

Antiguamente, los asaltantes usaban un arma para atemorizar a sus víctimas mientras le decían: «¡El dinero o la vida!».

Al avanzar la inteligencia del ser humano, nos dimos cuenta que en realidad esa opción no era válida ya que en caso de entregar la vida, el ladrón igualmente tomaría el dinero.

Este avance simplificó el diálogo en los atracos. Actualmente ellos sólo muestran el arma y todos sabemos lo que tenemos que hacer.

El despojo de nuestros bienes es cada vez más frecuente y el acostumbramiento está logrando paulatinamente que nos provoque menos angustia. Algunas víctimas han dejado de denunciar el hecho a la policía y hasta existen quienes ni se lo cuentan a los amigos para no aburrirlos.

Sintetizando las ideas presentadas, podemos acercarnos a otro asunto que es mucho más cotidiano y popular.

Hasta hace 70 años los comercio disponían de una barrera que separaba claramente a los clientes de los comerciantes.

Esa pequeña muralla se utilizaba para que los vendedores mostraran su mercadería a los compradores. Por eso se la denominó «mostrador».

Cada comprador pedía lo que necesitaba, el comerciante lo mostraba, lo envolvía, cobraba y recién después el cliente se apoderaba de la mercadería.

La técnica de ventas de los super-mercados cambió el orden: primero nos apoderamos de lo que necesitamos hasta sentirlo como propio, pero cuando queremos abandonar el local, una cantidad de personas sólo nos dejan salir quitándonos parte de nuestro dinero (alegando que es una valor semejante al de esa mecadería que ya sentíamos como nuestra).

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