En el artículo titulado Obesidad
extracorporal
compartía con ustedes una reflexión referida a nuestro cuerpo y su
representación mental.
Antiguamente,
los asaltantes usaban un arma para atemorizar a sus víctimas mientras le
decían: «¡El dinero o la vida!».
Al avanzar
la inteligencia del ser humano, nos dimos cuenta que en realidad esa opción no
era válida ya que en caso de entregar la vida, el ladrón igualmente tomaría el
dinero.
Este avance
simplificó el diálogo en los atracos. Actualmente ellos sólo muestran el arma y
todos sabemos lo que tenemos que hacer.
El despojo
de nuestros bienes es cada vez más frecuente y el acostumbramiento está
logrando paulatinamente que nos provoque menos angustia. Algunas víctimas han
dejado de denunciar el hecho a la policía y hasta existen quienes ni se lo
cuentan a los amigos para no aburrirlos.
Sintetizando
las ideas presentadas, podemos acercarnos a otro asunto que es mucho más
cotidiano y popular.
Hasta hace 70 años los comercio disponían de
una barrera que separaba claramente a los clientes de los comerciantes.
Esa pequeña muralla se utilizaba para que los
vendedores mostraran su mercadería a
los compradores. Por eso se la denominó «mostrador».
Cada comprador pedía lo que necesitaba, el
comerciante lo mostraba, lo envolvía, cobraba y recién después el cliente se
apoderaba de la mercadería.
La técnica de ventas de los super-mercados
cambió el orden: primero nos apoderamos de lo que necesitamos hasta sentirlo
como propio, pero cuando queremos abandonar el local, una cantidad de personas
sólo nos dejan salir quitándonos parte de nuestro dinero (alegando que es una
valor semejante al de esa mecadería que ya sentíamos como nuestra).
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