La fidelidad es algo que buscamos todos.
Deseamos y
necesitamos ser queridos un día tras otro de tal forma que podamos disfrutar
del amor que hemos recibido, del que estamos recibiendo hoy y del que estamos
casi convencidos que seguiremos recibiendo en el futuro.
Que nuestro
amante nos quiera en exclusividad ya es otro asunto. Para mí es un deseo
suntuario, lujoso, difícil de conseguir y —sobre todo—, de mantener.
En otros
artículos (1) he comentado que es la mujer la que convoca
y elige al varón que será el padre de sus hijos. Los varones, por
nuestra parte, tratamos de mostrarnos elegibles
(belleza física, poder económico, audacia).
En términos
generales, la fidelidad en una pareja tiene su punto más débil en el varón
justamente porque ellas son las que convocan y eligen.
Las mujeres
tienen que conservar buenas relaciones con otras mujeres porque no es nada
difícil para una de ellas destruirle la familia a la que se porte mal.
Una mujer
que esté gozando de una buena vida en pareja con un hombre, no sólo tiene que
preocuparse de que éste se mantenga satisfecho con la relación, sino que además
tiene que cuidarse de que otra no se lo quite vengativamente.
La mayoría
de los comentarios sobre la infidelidad asociada a la venganza se refieren a la
infidelidad por venganza (ante la infidelidad de uno, el otro toma venganza
haciendo lo mismo). En este caso estoy refiriéndome al acto agresivo de una
mujer contra otra.
Nota: Estas
reflexiones no se apoyan en estadísticas —como algunos pretenden—, por dos
razones: 1) porque las encuestas y sus respectivos resultados (estadísticos) no
son confiables en general y 2) porque sobre este tema en particular, los
entrevistados siempre le mienten al entrevistador y a sí mismos.
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