Un par de comentarios sobre el artículo de anteayer titulado
«Mi perro aún
no vota» me sugirieron otra forma de ver lo mismo.
Algunos ciudadanos padecen una restricción en sus libertades
porque la sociedad entiende que pueden actuar de una forma perjudicial para sí
mismos o para los demás.
Así tenemos personas medicadas por la psiquiatría que, como
se dice en la jerga médica, están «químicamente
enchalecados» (aludiendo al chaleco de tela que suele usarse para controlar los
movimientos de los pacientes que cursan una crisis de agitación corporal).
Esta limitación de
los movimientos de una persona se hace porque se entiende —como dije— que de lo
contrario podría perjudicar o perjudicarse.
La pobreza también
podría considerarse un «chaleco económico».
Estaremos de
acuerdo con que la escasez de recursos materiales restringe fuertemente la
libertad de los ciudadanos y bien podríamos pensar que esta situación es la
consecuencia de un diagnóstico según el cual esa persona, con más dinero, no
sabría darle un uso conveniente para sí mismo o para la sociedad.
Hasta donde
conozco, la diferencia con el enchalecamiento químico (donde el diagnóstico y
tratamiento lo provee un psiquíatra), en este caso es el propio ciudadano quien
tiene una actitud saludable (autocurativa) privándose en lo posible de algo (el
dinero) cuya tenencia lo hace sentir mal, lo preocupa, le impone una disciplina
que lo enferma, teme que alguien lo lastime para robárselo, su ideología
religiosa lo hace sentir pecador o impuro... y me quedo con la convicción de
que esta lista de motivos es muy incompleta.
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