El sentimiento de solidaridad nos hace pensar que la desdicha de un semejante es y debe ser también nuestra.
El sentimiento de solidaridad nos hace pensar que la
felicidad de un semejante es y debe ser también nuestra.
Habrán observado que el primer punto de vista es el
popularmente aceptado mientras que el segundo, igualmente válido, no es reconocido.
Como la naturaleza siempre busca equilibrios, esta omisión
de nuestra cultura (no reconocer como válida la solidaridad con quienes están
mejor que uno) tiende a corregirse por vías indirectas. Es lo que hacen los
ladrones, estafadores y demás delincuentes que atentan contra el derecho a la
propiedad.
Por supuesto que no estoy diciendo que este derecho deba ser
desatendido. En nuestro estilo de convivencia el derecho a la propiedad privada
es quizá tan importante como el derecho a la conservación de la salud y de la
vida.
Sólo me interesa señalar que este derecho está
permanentemente siendo vulnerado porque corre con viento en contra dado que el
sentimiento de solidaridad instalado entre los que nos sabemos semejantes,
incluye el envidiar, desear y hacer lo posible por compartir aquello que tiene
mi vecino y que a mí me haría tan feliz.
Podríamos llamarla «la
otra cara de la solidaridad»... que también existe, aunque prefiramos no
tenerla en cuenta.
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