martes, 26 de junio de 2012

La presa busca al cazador


Los domingos de tarde son fatales para un carterista.

Me quedan sólo cuatro cigarros y recién son las tres de la tarde. Pensar en vestirme para ir al quiosco me parece algo insoportable.

Esta pensión está en ruinas. Acá deben de haber vivido hasta personas que hoy le dan nombre a algunas calles.

¡Ja! Al edificio se le cae el revoque y la categoría de sus ocupantes.

La naturaleza me jugó una mala pasada. Estas manos son las responsables de que yo esté acá, entre la mugre, el olor a humedad, las paredes despintadas, la cama hundida.

No saben hacer otra cosa que tomar sigilosamente los billetes de los estúpidos.

Cuando en el liceo le saqué la libreta de calificaciones al profesor de física para arreglar todo lo que había escrito y devolvérsela, descubrí que ésta era mi fuente de recursos.

Mientras tuve una visión optimista de la vida pensé que triunfaría como ilusionista. Pero no, el embaucado fui yo. Nada de plateas ovacionando mi destreza sino más bien algún policía con mirada paranoica.

Me deprimen los domingos de tarde y sobre todo darme cuenta que vivo miserablemente robándole a gente despreciable.

No sé que es peor, si esta pocilga o tener que robarle a quienes prácticamente me hacen donaciones como a un mendigo.

La policía también me desanima. Son tipos lerdos, miopes, ingenuos, panzones, ávidos de algún soborno.

El único que a veces me sacaba de la rutina era aquel morochito de bigotes.

Ése era más hijo de puta que yo. Tenía malicia, mente criminal, un cazador de esos que dignifican a la presa que cazan.

Pero claro, como siempre pasa en este país, los mejores se van a lugares mejores.

Ah! Pero ¿por qué no me voy yo también a la ciudad donde él está trabajando? ¡Claro, es mi solución!

Voy a comprar cigarrillos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario