Si un león está satisfecho, quizá podríamos peinarle la melena sin correr mucho riesgo, pero si está hambriento, primero tendríamos que darle de comer.
Estos felinos
tienen fama de ser muy agresivos, pero los seres humanos también lo somos,
aunque nuestros rugidos sean menos impresionantes.
A pesar de que
estamos mayoritariamente de acuerdo con las leyes que hemos redactado para
proteger la propiedad privada, en el fondo sabemos que si tuviéramos hambre procuraríamos
nuestro alimento sea como sea porque lo haríamos «en defensa propia».
El cerebro nos
permite vivenciar imaginariamente escenas tal como si estuvieran ocurriendo.
El realismo de
nuestra imaginación puede ser tan efectivo como para emocionarnos con solo
suponer que algún día podríamos sufrir carencias que pongan en riesgo nuestra
vida.
Sabemos que una
carencia extrema nos obligaría a transgredir la ley (robar para comer), con lo
cual pasaríamos a tener dos problemas en lugar de uno.
Un temor desproporcionado
produce en muchas personas el afán de ahorro desmedido.
En la naturaleza
vemos que en todas las especies existen diferentes maneras de prever épocas de
escasez (algunos guardan comida, otros generan tejido adiposo, otros disminuyen
su actividad), pero nosotros somos los únicos capaces de exagerar y provocarle
escasez a los demás.
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