Querida Rosana:
Cuando recibas esta carta, ya estaré fuera del
país.
Mis amigos me confeccionaron la documentación
falsa que me permitirá pasar por todas las aduanas sin dificultad.
Me cuesta mucho entender lo que nos pasó a ti
y a mí.
Recuerdo que tu padre puso el grito en el
cielo cuando —el día que me invitaron a cenar para conocernos—, alegué
apasionadamente que no había que pagar ningún impuesto.
Sigo sin creer que él pague todo lo que debe
pagar. Su empresa jamás puede tener tanta rentabilidad como la que ostenta.
Tu padre estuvo a punto de denunciarme a la
policía cuando robé aquella camioneta Toyota para irnos a pasear contigo un fin
de semana.
Notoriamente yo no soy de su agrado y es
incapaz de disimularlo. Quise defenderte de él para que te libere, para que no
se meta en tu vida, para que nos permita amarnos libremente, pero tú te
opusiste.
Entiendo que es tu padre, pero ¿es lógico que
tú no puedas enamorarte de quien quieras?
Cuando le robé el arma a un policía dormido
para librarnos de tu padre, pusiste en juego toda tu paciencia para disuadirme,
alegando que eso arruinaría nuestro futuro en caso de que me descubrieran.
Pero el motivo de nuestra separación no acabo
de entenderlo.
Soy un hombre normal Rosana: quiero evadir
impuestos como todo el mundo, quiero robar sin que me descubran como todo el
mundo, deseo eliminar a quienes yo considero que son malas personas como todo
el mundo y quiero que seas sólo mía como todo el mundo.
Estoy segurísimo de que si viviéramos juntos
no necesitarías vincularte con otros hombres. ¿Por qué entonces quieres
continuar siendo dueña de tu vida? ¿Qué te hace pensar que soy incapaz de
respetar los derechos ajenos?
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