La mujer necesita a su lado un hombre que la proteja y el hombre necesita a su lado una mujer que lo cuide, mientras cicatrizan las heridas recibidas por protegerla.
Un relato dice que el sol y el viento
discutieron. Ambos decían ser el más fuerte. Para resolverlo, vieron un
caminante y sería el más fuerte, quien lograra quitarle el manto que lo cubría.
El viento comenzó a soplar con furia y el
hombre se abrazaba más y más a su abrigo.
Cuando el viento se quedó sin fuerza, el sol
puso en juego su habilidad y con la tibieza de sus rayos, logró que el
caminante se quitara el manto.
En nuestra cultura estamos convencidos de que
la fuerza y la violencia deben estar al servicio de las soluciones drásticas,
para terminar de una vez por todas con los problemas que nos aquejan.
Como gran parte de esos problemas están
vinculados a seres vivos (microbios que nos enferman, insectos que dan asco,
personas que molestan), entonces la solución más eficaz es terminar con lo que
tienen en común todos esos agentes
agresores: la vida.
Queda mal decirlo explícitamente, pero
fantaseamos con que nuestro celular, debería contar con un dispositivo para
hacerlo explotar en la cara de quien nos lo robó.
El cuerpo de las mujeres es más blando que el
de los hombres.
El pene se endurece y penetra en la suavidad
de la vagina, pero en pocos minutos la dureza de ese pene desaparece sin que la
vagina pierda su blandura.
Podemos estar de acuerdo con todo lo dicho,
pero nada va a cambiar por ahora, porque
nuestros cerebros funcionan según la lógica bélica, de la intolerancia, la
rigidez, la fuerza y la violencia.
Amamos clandestinamente el exterminio de los
problemas y negamos drásticamente este sentimiento.
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