Trataré de fundamentar por qué son personas
solidarias las que pueden emitir juicios como estos:
— Si una
mujer es violada: «Quizá ella usa minifalda»;
— Si
alguien es robado: «Seguramente no tomó las debidas precauciones»;
— Si
alguien se enferma: «Hay gente que no se cuida».
La
solidaridad es un sentimiento infantil.
Los adultos
no se vuelven solidarios sino que permanecen
solidarios.
En algunos
artículos ya publicados (1) he comentado con ustedes que en nuestras primeras
etapas de existencia no podemos diferenciar los elementos integrantes de la
totalidad.
Sentimos
formar parte de algo confuso, indiscriminado, global.
Como casi
todo lo que nos remite a la infancia, este sentimiento es tierno, amoroso, placentero,
pero en realidad está mal ubicado en la adultez.
No es fácil
criticar a las personas solidarias porque para muchos es como condenar a los
niños, es como poner en duda el amor a los semejantes, es como proponer bajar
la edad de imputabilidad criminal a menores de edad.
Las
personas solidarias no distinguen con claridad la diferencia que existe entre
ellos y los demás.
1º) Si un
amigo padece una desventura, la sienten como propia.
2º) Al
sentirla como propia sienten que el amigo los está haciendo sufrir.
3º) Por lo
tanto el amigo los está atacando.
4º) Cierro
el círculo diciendo que este personaje solidario se siente víctima del amigo
que tuvo una desgracia.
El
solidario siente que el amigo es el responsable del sufrimiento que padece,
entonces reacciona defensivamente contra su atacante (el amigo), señalando que
«si le fue mal, algo habrá hecho».
En suma: Tememos objetivamente a los delincuentes y
tememos subjetivamente a la reacción que tendrán nuestros amables solidarios
cuando se sientan atacados por nuestra desventura y agreguen su agresividad (en
defensa suya) al infortunio que padecimos.
(1)
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