domingo, 17 de junio de 2012

Ojos que no ven



Esta pareja de rufianes vivían tan desconformes con su suerte como cualquier empleado de oficina.

Hacía años que cometían dos o tres fechorías por año y la policía no podía capturarlos a pesar de que varias veces habían estado frente a frente, conversando de temas intrascendentes o jugando al billar.

El más pequeño y frágil había estudiado algo pero las reyertas familiares lo obligaron a tomarse venganza haciendo exactamente lo contrario a lo que preferían sus padres.

El más grandote, forajido y despiadado, pertenecía a una estirpe de ladrones y criminales, casi todos presidiarios o ex-convictos. Se diferenciaba de sus pares porque sabía poner una mirada tan dulce y piadosa que cualquiera lo aceptaría como yerno.

La delincuencia es un arte con algo de ciencia. Requiere un gran poder de observación, perspicacia psicológica, buenos reflejos, disciplina. En suma: requiere lo que en cualquier otro ámbito se llamaría «tener conducta».

Hacía poco que volvieron de un país vecino y se encontraban en la casa del más pequeño un domingo de tarde preocupados por la escasez de oportunidades en el país propio y en los limítrofes.

El dinero que les quedaba apenas alcanzaría para seis meses y el más grandote, forajido y despiadado comenzó a pensar que sería oportuno ajusticiar a este socio con quien ya no había trabajos para hacer.

Comenzó a madurar su proyecto de matarlo y las diferentes opciones imaginadas tenían alguna falla.

Pero la situación económica empeoraba y el asesinato del socio era cada vez más urgente.

Un día invitó al más pequeño a su casa decidido a matarlo a sangre fría, lo recibió como si nada le fuera a pasar, se pusieron a conversar y cuando se acercó por detrás para estrangularlo con una cuerda de guitarra, el más pequeño le dijo: «Creo que puede haber una buena oportunidad la semana que viene».

El grandote devolvió la cuerda de guitarra a su lugar, se miró en el espejo que tenía en frente, vio cómo su mirada se dulcificaba y pensó: «Si lo mato me quedo sin él. Mejor lo dejo vivo».

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