martes, 19 de junio de 2012

El perro chocó el auto


Varias veces he cuestionado la eficacia de nuestros sentidos, de nuestra capacidad perceptiva y hasta de nuestra inteligencia.

Esta postura sólo intenta relativizar la validez de nuestras ideas del mismo modo que cuando nos subimos a una escalera, calculamos intuitivamente si su fortaleza es suficiente para aguantar nuestro peso, o cuando evaluamos las condiciones mecánicas de un vehículo para saber si podremos frenarlo a tiempo, si podremos dar una curva sin que vuelque o cargarlo de pasajeros sin que se rompa.

Una particularidad muy interesante de nuestra psiquis consiste en que muchas reacciones son estratégicamente desacertadas.

El ejemplo clásico tiene que ver con la respuesta defensiva ante un ataque. Si nuestro jefe nos humilla, la reacción acertada sería reivindicar nuestro derecho a ser respetados e imponerle que rectifique su actitud avasallante.

Puesto que quizá no sepamos cómo enfrentarnos a alguien más fuerte, esa reacción defensiva es desplazada a otra persona que sea lo suficientemente débil como para que no pueda defenderse de nuestro ataque. Para justificar esta agresión inventaremos alguna causa.

Nuestro idioma ya creó el nombre de esta víctima inocente: «Chivo expiatorio».

El invento de esa justificación consistirá en agravar artificialmente alguna causa insignificante. Por ejemplo, el empleado humillado que no puede atacar al jefe despótico, destrata ferozmente al familiar que le sirve la comida demasiado caliente.

El agravamiento artificial de alguna causa para poder resolver alguna angustia (en el caso mencionado, la humillación) funciona muchas veces y nos lleva a tomar determinaciones, no solo injustas sino directamente equivocadas, ineficientes y generadoras de nuevos problemas.

Sólo le comento un ejemplo: Alguien muy preocupado por el temor a enfermarse puede convertir su casa en una fortaleza porque dice temerle a los ladrones. En este caso los ladrones serían los «chivos expiatorios».

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