Por antipática y temible
que sea la muerte, estamos de acuerdo en que la naturaleza cuenta con ella para
que haya espacio para las nuevas generaciones.
Sin llegar al trágico extremo de la muerte, suceden otros
eventos que también parecen ser naturales y que propenden a perpetuar el
dinamismo que posee la realidad que nos rodea.
Los incendios forestales son un fenómeno que siempre existió
para que las especies desaparezcan masivamente, preparando el terreno y a las
semillas más fuertes para que en pocos años crezca un monte nuevo con
ejemplares más vigorosos que los que se quemaron.
La cadena alimentaria está permanentemente matando
ejemplares de una especie que son devorados por los ejemplares de otra especie.
La muerte y la vida forman parte de una rueda de movimiento continuo.
Las crisis económicas generan el cambio de manos de grandes
sumas de dinero: Caen imperios económicos y surgen otros favorecidos por las
nuevas circunstancias.
En una especie de exageración, hasta le diría que los
ladrones cumplen un rol dentro de las economías, causando pérdidas a las
víctimas quienes tiene que hacer un esfuerzo enorme para recuperarse, para
tomar mayores precauciones, para evitar que eso vuelva a sucederle.
Estos procesos de muerte o de cualquier otra situación que
se le parezca (incendios, destrucciones masivas, epidemias, crisis económicas,
delitos contra la propiedad) son parte de una rutina, de una lógica. Por eso la
muerte y cualquier pérdida que se le parezca, están previstas, son necesarias,
tienen un objetivo benefactor.
Al mismo tiempo son obligatoriamente desagradables porque si
fueran agradables no cumplirían el objetivo de hacernos reaccionar estimulando
nuestra fuerza vital.
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