En artículos
anteriores (1) les comentaba que los humanos tenemos la tendencia a suponer que
lo que necesitamos, deseamos y pensamos, es lo único posible. Con este
criterio, suponemos que todos aman a quienes amamos y eso nos hace arder de
celos.
En un segundo artículo (2), lo decía desde
otro punto de vista: en la creencia de que los demás necesitan, desean y
piensan idénticamente a nosotros, encomendamos la satisfacción de una
aspiración personal en alguien diferente, con otros criterios, otra forma de
ser.
Hace milenios que los legisladores piensan
cómo terminar con los daños irreparables que provocan las acciones delictivas
de algunos seres humanos.
Inicialmente, existían el régimen de la
represalia ejemplarizante. Aunque este criterio aún existe en nuestras mentes,
ha dejado de usarse. Por ejemplo, si alguien robaba una gallina o causaba una
ofensa al honor, o lo que fuera, el arancel
básico para reparar el daño o el ultraje, era la muerte del victimario.
Luego, la humanidad avanzó y creó la Ley del
Talión, ideal por su sencillez: «Ojo por ojo, y diente por diente». De esta forma, quien robó una
gallina, tenía que devolverla; quien ofendió, tenía que pedir, perdón.
En el año
cero de nuestro era, Jesús Cristo dulcificó aún más la justicia, pero se
extralimitó al punto de perder seriedad. Nadie en su sano juicio cumple la
propuesta simplificada en la frase: «Si te golpean una mejilla, pon la otra».
Actualmente,
en la creencia de que todos necesitamos, deseamos y pensamos lo mismo,
ordenamos a nuestros representantes legisladores que impongan aquellas
sanciones que atemorizan (disuaden, inhiben) a los ciudadanos, que por algún
motivo, nunca delinquen.
El
razonamiento popular (luego convertido en ley) es: «Lo que no me gusta para mí,
no le gustará a los delincuentes». ¡Error! Nuestras necesidades, deseos y
pensamientos, son muy diferentes.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario