sábado, 30 de junio de 2012

Impartir justicia es imposible


En artículos anteriores (1) les comentaba que los humanos tenemos la tendencia a suponer que lo que necesitamos, deseamos y pensamos, es lo único posible. Con este criterio, suponemos que todos aman a quienes amamos y eso nos hace arder de celos.

En un segundo artículo (2), lo decía desde otro punto de vista: en la creencia de que los demás necesitan, desean y piensan idénticamente a nosotros, encomendamos la satisfacción de una aspiración personal en alguien diferente, con otros criterios, otra forma de ser.

Hace milenios que los legisladores piensan cómo terminar con los daños irreparables que provocan las acciones delictivas de algunos seres humanos.

Inicialmente, existían el régimen de la represalia ejemplarizante. Aunque este criterio aún existe en nuestras mentes, ha dejado de usarse. Por ejemplo, si alguien robaba una gallina o causaba una ofensa al honor, o lo que fuera, el arancel básico para reparar el daño o el ultraje, era la muerte del victimario.

Luego, la humanidad avanzó y creó la Ley del Talión, ideal por su sencillez: «Ojo por ojo, y diente por diente». De esta forma, quien robó una gallina, tenía que devolverla; quien ofendió, tenía que pedir, perdón.

En el año cero de nuestro era, Jesús Cristo dulcificó aún más la justicia, pero se extralimitó al punto de perder seriedad. Nadie en su sano juicio cumple la propuesta simplificada en la frase: «Si te golpean una mejilla, pon la otra».

Actualmente, en la creencia de que todos necesitamos, deseamos y pensamos lo mismo, ordenamos a nuestros representantes legisladores que impongan aquellas sanciones que atemorizan (disuaden, inhiben) a los ciudadanos, que por algún motivo, nunca delinquen.

El razonamiento popular (luego convertido en ley) es: «Lo que no me gusta para mí, no le gustará a los delincuentes». ¡Error! Nuestras necesidades, deseos y pensamientos, son muy diferentes.

   

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