jueves, 28 de junio de 2012

El rapto saludable


Soy varón y padre. Por eso me toca hacer el trabajo sucio y lo hago.

Los varones tenemos una importancia muy baja si asumimos que la única misión del ser humano es conservarnos a nosotros y a la especie.

Los varones sólo depositamos nuestro semen en la vagina de la mujer que sutilmente nos convocó y ella hace el resto del trabajo.

Como este reparto de tareas y de responsabilidades es escandalosamente favorable a los varones, la cultura —legislada por varones que recibieron el susurro persuasivo de alguna mujer—, creamos una serie de normas para emparejar el esfuerzo.

Las tareas que se nos encomendaron fueron las más pesadas y antipáticas, como corresponde a toda persona que no está dotada de condiciones naturales (útero y glándulas mamarias) para encargarse de funciones más importantes.

Esas tareas más pesadas y antipáticas son (en una apretada síntesis):

— Protección de la mujer y sus hijos;
— Alimentación, abrigo y alojamiento de la mujer y sus hijos;
Reclamarle a la mujer que se independice de los hijos.

Las tareas de protección y provisión son relativamente fáciles y hasta divertidas.

Los varones nos juntamos, jugamos, trabajamos, nos repartimos las ganancias, luchamos, invadimos, robamos, nos repartimos el botín, y —como éstas— otras travesuras igualmente parranderas.

El trabajo sucio del varón-padre es algo más complicado.

Consiste en enfrentarse a la madre de sus hijos y reclamarle que no les preste tanta atención a los niños y que se dedique más intensamente a él.

Esta parece ser una actitud egoísta y por supuesto que lo es.

En este caso el egoísmo es imprescindible para que los niños corten la dependencia de la madre y puedan abandonar la niñez antes de los 90 años.

Muchos varones eluden este trabajo sucio y sus mujeres se hacen las distraidas.

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