martes, 19 de junio de 2012

Precios fijos


En varios artículos recientemente publicados he comentado con ustedes sobre el arte, la costumbre o la necesidad de regatear (1).

Es posible pensar el tema desde un punto de vista opuesto a los anteriores.

Si nuestro esfuerzo por negociar mejores condiciones de compra (menor precio, un bono para hacer otras  compras, mejores condiciones de financiación) es exitoso, rápidamente podemos sacar una conclusión negativa:

«El vendedor quería quedarse con nuestro dinero».

Si recibimos una rebaja, lo más probable es que nos alegre el ahorro de dinero y también el resultado positivo de nuestro esfuerzo.

No faltará quien se sienta apesadumbrado por este resultado (aparentemente favorable) porque piensa que si no hubiera luchado se habrían quedado con algo que era suyo; frustró un intento de perjudicarlo; pretendieron cobrarle de más.

El hecho podría compararse con haber descubierto a un ladrón impidiéndole así la consumación de su delito.

Hay muchas empresas que defienden tenazmente la política de «precios inamovibles», tienen prohibida cualquier negociación que se aparte de las condiciones que ellos tienen establecidas.

Si bien esta rigidez aparta a muchos compradores, parecería ser que a mediano y largo plazo se construye en el imaginario de la clientela una idea de seriedad, respeto y confiabilidad que termina siendo más rentable que la flexibilidad en la negociación de los precios.


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