A medida que fueron pasando los siglos y los humanos nos dimos cuenta que contra la envidia no existen formas eficaces de eliminarla, fuimos llegando a la conclusión de que no hay más remedio que evitar o atenuar sus consecuencias.
Que la
mujer estéril mate a sus sobrinos o que el hombre le robe la fortuna a su
hermano son casos dramáticos en los que la envidia se exhibe con toda su
crudeza.
La
furia descontrolada que puede llegar a producir es la causa de acciones
irreparables que el derecho penal ha ido sancionando hasta que actualmente
existen en menor grado.
Despojada
de la descontrolada irracionalidad en la que pueden caer algunas personas, la
envidia es una fuente de energía.
Quienes
saben lo difícil que es tener la energía suficiente para hacer todo lo que nos
exige la realidad para acceder a una calidad de vida digna, no encontrarían
inteligente desaprovecharla.
Por lo
tanto, ese impulso que nos lleva a igualar el bienestar de quienes están mejor,
es un estímulo necesario, conveniente y aprovechable.
Sabemos
que tenemos que hacer un uso cuidadoso de ese recurso. Toda gran fuente de
energía es peligrosa en manos inexpertas o mortífera en manos negligentes.
Entonces,
la pólvora, la electricidad, la fusión nuclear y la envidia son valiosas
fuentes de energía cuyo aprovechamiento está reservado para quienes sepan cómo
hacerlo.
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