El tamaño de nuestro cuerpo no es tan fácil
de determinar.
Claro que
se pueden hacer mediciones objetivas: altura, peso, cantidad de azúcar en la
sangre, cantidad de urea en la orina, etc.
Sin embargo
nuestra psiquis se rige por otras mediciones del cuerpo cuando imaginamos que
otras personas y objetos forman parte nuestra.
El afecto
hacia los seres queridos incluye el sentir que su cuerpo es nuestro aunque no
sea tan fácil de controlar como el que consideramos realmente nuestro porque
nos acompaña hasta la muerte.
Las posesiones
materiales también son imaginadas como corporales. Si alguien ingresa a nuestro
terreno sin pedirnos permiso, si un antisocial nos raya la pintura del
automóvil o si nos roban el celular, tenemos sentimientos muy similares a
cualquier atropello a nuestro físico (manoseo, lesión o empellón,
respectivamente).
Es verdad
que somos muy vulnerables. Pocas especies son tan débiles como nosotros. Las 40
semanas de gestación no le alcanzan a la naturaleza para hacer todo lo que
tiene que hacer. Por eso podemos decir que todos nacemos prematuramente.
Esta
debilidad corporal está parcialmente compensada por un híper desarrollo de la
mente. Lo que no tenemos por el lado físico lo tenemos parcialmente compensado
por la psiquis.
Y digo
«parcialmente» porque la función psíquica tiene sus defectos, comete errores
gruesos, padece engaños.
Una de esas
particularidades menos confiables de nuestra psiquis es pensar que tener un
gran tamaño equivale a mayor fortaleza y por lo tanto a mayor defensa contra la
muerte.
La
expansión de nuestro cuerpo físico (obesidad) y/o de nuestro cuerpo virtual
(posesiones familiares [mi esposa, mi hijo, mis padres], sociales [tener
personas dependientes como empleados, gobernados o usuarios] y materiales
[inmuebles, vehículos, dinero]), puede ser una estrategia inconsciente para
disminuir nuestro temor a la muerte.
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