sábado, 23 de junio de 2012

Primero hay que cazar el oso


Mi padre gustaba de contar cuentos y lo hacía bastante bien aunque su repertorio era tan limitado que lo obligaba a repetir muchas veces la misma historia.

Un campesino muy pobre llegó a su casa con su nueva compra: Una ternera de pocos meses de edad. Reunió a su esposa y dos hijos pequeños y les contó qué harían con el animal.

La criarían, harían que se reprodujera con algún toro prestado, luego nacerían más y más bovinos hasta convertirse en una de las familias más prósperas de la comarca.

Estaban maravillados por las extraordinarias perspectivas y el más chico dijo que cuando todo eso sucediera se compraría una moto bien grande.

El padre —furioso— golpeó al pequeño amonestándolo porque con esa actitud de derroche nunca llegarían a nada.

Contado en pocas palabras, podría ser gracioso si no fuera patético, sin embargo esta actitud de saltearse imaginariamente etapas y resultados es la que hacen algunas personas cuando descartan algunos emprendimientos porque suponen que no habrá forma de proteger adecuadamente la fortuna que imaginan podrían llegar a tener.

Por ejemplo, alguien piensa en estudiar alguna profesión para ganarse la vida pero deja de hacerlo porque supone que lo que podría llegar a ganar es una fortuna tan enorme que se vería atacado por los envidiosos, ladrones, estafadores y oportunistas sin mencionar la abrumadora carga tributaria que caería sobre su patrimonio.

En este proceso mental se omite considerar que para tener problemas con la riqueza primero hay que generar algo valioso, lo cual no es tan sencillo como parece para quienes en realidad están buscando justificativos para seguir como están.

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