Casi la totalidad de las personas ve con buenos ojos, aplaude y apoya la medicina preventiva.
La consigna «prevenir
es curar» suena en nuestras cabezas como una verdad incuestionable. ¿Quién
puede oponerse a que las enfermedades se eviten?
Por lo tanto,
estamos primariamente de acuerdo en que la actitud de lucha firme contra lo que
pueda comprometer la calidad de vida (y hasta la propia existencia) es
bienvenida.
Esta idea instalada
en la sociedad genera otros efectos que van más allá de la salud física de cada
individuo.
Si estamos de
acuerdo en prevenir las enfermedades cuando se presentan indicios de que algo puede
complicarse, también podemos pensar que algunos vecinos de nuestra comunidad
son peligrosos porque «es sabido» que los jóvenes son revoltosos, que los
drogadictos son ladrones, que los sin-techo pueden ser violadores, que los
ateos están asociados con el demonio, que la divorciadas quieren robarle el
marido a las que siguen casadas, que los indígenas son unos vagos, etc.
Por lo tanto, la
medicina preventiva que aplaudimos no queda encerrada en el ámbito de la salud
física de cada individuo sino que el criterio preventivo en base a la
presunción de que algo puede terminar mal, es llevado a otros terrenos con
similar energía, agresividad y actitud combativa.
En suma: La
medicina preventiva tiene los costos económicos que solventamos con los impuestos
que pagamos más la intolerancia hacia
cualquier otra cosa que pueda eventualmente disminuir nuestra calidad de vida
futura.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario