domingo, 17 de junio de 2012

La guerra preventiva del buen ciudadano


Casi la totalidad de las personas ve con buenos ojos, aplaude y apoya la medicina preventiva.

La consigna «prevenir es curar» suena en nuestras cabezas como una verdad incuestionable. ¿Quién puede oponerse a que las enfermedades se eviten?

Por lo tanto, estamos primariamente de acuerdo en que la actitud de lucha firme contra lo que pueda comprometer la calidad de vida (y hasta la propia existencia) es bienvenida.

Esta idea instalada en la sociedad genera otros efectos que van más allá de la salud física de cada individuo.

Si estamos de acuerdo en prevenir las enfermedades cuando se presentan indicios de que algo puede complicarse, también podemos pensar que algunos vecinos de nuestra comunidad son peligrosos porque «es sabido» que los jóvenes son revoltosos, que los drogadictos son ladrones, que los sin-techo pueden ser violadores, que los ateos están asociados con el demonio, que la divorciadas quieren robarle el marido a las que siguen casadas, que los indígenas son unos vagos, etc.

Por lo tanto, la medicina preventiva que aplaudimos no queda encerrada en el ámbito de la salud física de cada individuo sino que el criterio preventivo en base a la presunción de que algo puede terminar mal, es llevado a otros terrenos con similar energía, agresividad y actitud combativa.

En suma: La medicina preventiva tiene los costos económicos que solventamos con los impuestos que pagamos más la intolerancia hacia cualquier otra cosa que pueda eventualmente disminuir nuestra calidad de vida futura.

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