lunes, 18 de junio de 2012

«Me robaron el segundo iPhone»


Las personas somos coherentes pero no somos lógicas. Tenemos armonía pero no somos racionales.

Es un prejuicio suponer que la única coherencia es la lógica, matemática, universal.

Que funcionemos bien no significa que lo hagamos apegados a lo razonable.

En síntesis: somos seres emocionales que racionalizamos.

Con el artículo titulado El valor de lo que se puede robar  intento comprender por qué los teléfonos celulares son tan robables.

Ahí propongo la hipótesis de que si estos aparatos no pudieran ser usados por quien los robe serían menos valorados por los usuarios porque se sentirían seguros de su propiedad.

Entonces, según nuestra particular forma de pensar y actuar, necesitamos que algo propio corra el riesgo de ser usado por otras personas para que realmente sintamos interés por él, lo cuidemos, lo valoremos, estemos dispuestos a pagarlo mucho dinero.

Muy probablemente quienes razonan de esta manera para mejorar la rentabilidad de sus inventos copiaron sin saber lo que sentimos por otras personas.

Efectivamente, cuando nuestro cónyuge nos tiene tensos porque tememos que nos abandone, estamos asignándole o reconociéndole un valor que lo halaga, lo prestigia, aumenta su autoestima.

Y acá aparecen los celos, que según la dosis pueden ser convenientes o imprescindibles.

Tanto nuestro cónyuge (amante, concubino, partenaire sexual) como el celular son importantes para nosotros (de diferente manera, lo reconozco) y aumenta su valor en la medida que otros también deseen poseerlo (y disminuye su valor en la medida que nadie desee poseerlo).

Porque somos coherentes pero ilógicos, armónicos pero irracionales, emocionales pero racionalizadores, es probable que en muchos órdenes de nuestra vida optemos según los mismos criterios.

Por ejemplo, elegimos un amante codiciable al mismo tiempo que nos compramos un iPhone.

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