Las personas somos coherentes pero no somos lógicas. Tenemos armonía pero no somos racionales.
Es un prejuicio suponer que la única coherencia es la lógica,
matemática, universal.
Que funcionemos bien no significa que lo hagamos apegados a
lo razonable.
En síntesis: somos seres emocionales que racionalizamos.
Con el artículo titulado El
valor de lo que se puede robar
intento comprender por qué los teléfonos celulares son tan robables.
Ahí propongo la hipótesis de que si estos aparatos no
pudieran ser usados por quien los robe serían menos valorados por los usuarios
porque se sentirían seguros de su propiedad.
Entonces, según nuestra particular forma de pensar y actuar,
necesitamos que algo propio corra el riesgo de ser usado por otras personas
para que realmente sintamos interés por él, lo cuidemos, lo valoremos, estemos
dispuestos a pagarlo mucho dinero.
Muy probablemente quienes razonan de esta manera para
mejorar la rentabilidad de sus inventos copiaron sin saber lo que sentimos por
otras personas.
Efectivamente, cuando nuestro cónyuge nos tiene tensos
porque tememos que nos abandone, estamos asignándole o reconociéndole un valor
que lo halaga, lo prestigia, aumenta su autoestima.
Y acá aparecen los celos, que según la dosis pueden ser
convenientes o imprescindibles.
Tanto nuestro cónyuge (amante, concubino, partenaire sexual)
como el celular son importantes para nosotros (de diferente manera, lo
reconozco) y aumenta su valor en la medida que otros también deseen poseerlo (y
disminuye su valor en la medida que nadie desee poseerlo).
Porque somos coherentes pero ilógicos, armónicos pero
irracionales, emocionales pero racionalizadores, es probable que en muchos
órdenes de nuestra vida optemos según los mismos criterios.
Por ejemplo, elegimos un amante codiciable al mismo tiempo
que nos compramos un iPhone.
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