sábado, 30 de junio de 2012

El fútbol es un calmante


Aunque hace siglos que los humanos jugamos con un objeto redondo para introducirlo a patadas dentro de algo, fueron los ingleses los inventores del fútbol que conocemos hoy en día.

Como vemos, no fueron creativos para darle un nombre, pues se limitaron a juntar dos palabras alusivas. Sumaron foot y ball (pie y pelota), dando por resuelto el asunto.

Claro que los hispanos tampoco hicimos un gran aporte, porque sólo tradujimos literalmente. Sumamos balón más pie y ¡listo!: balompié.

En otro artículo titulado Los descuidistas se llevan el trofeo  les comentaba que, en tanto la estrategia principal de este juego consiste en replegarse defensivamente y esperar algún error del contrario para «perjudicarlo» y de esta manera asegurar nuestro éxito, podría pensarse que esa mayoría de fanáticos, ven en esa actitud una teatralización (alegoría) de su filosofía de vida.

Observemos la oposición radical que existe entre esta apasionante exhibición deportiva y lo que habitualmente se propone para mejorar las relaciones de intercambio entre personas o entre países.

La técnica de negociación más elemental consisten en asegurar beneficios recíprocos. El vínculo perdura sólo cuando ambos ganan.

Es probable que el fútbol canalice las frustraciones de varios deseos que no pueden satisfacerse en la vida laboral o comercial.

Nuestra aspiración es tan depredadora como la de otros animales.

La propiedad privada no está en nuestros genes.

Nuestro niño interior cree que todo le pertenece y acepta, con cierta resignación que, por debilidad, no pueda defender más que una pequeña parte del planeta.

Cada uno es dueño de lo que es capaz de conquistar primero y defender después.

Cuando llegamos al mundo, no tenemos nada. Luego vamos haciendo todas las conquistas que podemos y nos quedamos con las que nuestra fuerza nos permite retener.

Igual que en el fútbol.

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